Existencia letal
- Marcos Jaén Sánchez
- 22 jun
- 3 Min. de lectura

Céleste Descartes se dio cuenta de que algo andaba mal cuando comenzó a ver a través de sus estudiantes de filosofía.
Al principio creyó que era fatiga ocular después de calificar doscientos ensayos sobre ontología, pero cuando su colega de lógica formal se volvió completamente transparente durante una conferencia sobre silogismos, comprendió que el cogito de su antepasado no había sido una metáfora.
Céleste (17 veces tataranieta del filósofo) era especialista en Ontología Cuantitativa en la Sorbona. Llevaba años sosteniendo en su Revista de Pensamientos Tangenciales que la famosa frase del viejo René no era una especulación filosófica sino una ley física literal. Sus colegas la consideraban una excéntrica pintoresca hasta la mañana en que ella misma alcanzó una opacidad del 127% mientras reflexionaba sobre la naturaleza del ser, volviéndose tan sólida que su silla se rompió bajo el peso de su existencia intensificada.
Lo que comenzó como una curiosidad filosófica se convirtió en crisis internacional cuando Descartes 17 demostró públicamente su teoría en el Anfiteatro Descartes (1) de la Sorbona. Mientras disertaba sobre la naturaleza cuantificable del pensamiento, los asistentes observaron cómo profesores de distintas disciplinas adquirían diferentes grados de transparencia: los matemáticos permanecían sólidos, los sociólogos se volvían brumosos, y el decano de Humanidades desapareció completamente al intentar reflexionar sobre el significado de la reflexión misma.
La universidad se vio obligada a establecer las primeras Oficinas de Verificación Cognitiva cuando estudiantes enteros comenzaron a desvanecerse durante los exámenes finales. Descartes 17 fue nombrada directora del recién creado Instituto Cartesiano de Existencia Aplicada.
Los filósofos profesionales se convirtieron en las personas más sólidas del planeta. Pero su condición creó un problema imprevisto: mientras más pensaban sobre su propia existencia, más dudaban de la validez de sus pensamientos, lo que reducía su realidad física. La Facultad de Filosofía de la Sorbona ofrecía un espectáculo inaudito: los profesores más brillantes aparecían y desaparecían según la intensidad de sus crisis existenciales.
Las matemáticas resultaron ser el pensamiento más confiable para mantener la existencia. Los ingenieros y los contables tenían la realidad garantizada, mientras que los artistas vivían bajo una espada de Damocles: oscilando entre la total solidez —momento de inspiración genuina— y la semi-transparencia —bloqueo creativo—. Los políticos desarrollaron técnicas para simular pensamientos profundos mediante la repetición de frases complejas sin sentido, logrando una opacidad artificial del 45% que les permitía seguir funcionando.
El caso más estudiado fue el de los bebés menores de dos años. Al no poseer pensamiento consciente, deberían haber desaparecido de inmediato. Pero ocurrió lo contrario: se habían vuelto los únicos seres completamente sólidos e incuestionables del planeta, con una realidad física del 200% que los convertía en casi indestructibles.
Descartes 17 desarrolló la teoría de que los bebés poseen un «pensamiento puro» previo al lenguaje, una cognición directa sin mediación conceptual que los convierte en existencia absoluta. Esta revelación la llevó a fundar la Escuela Neo-Cartesiana del Pensamiento Infantil, donde adultos desesperados intentaban recuperar la solidez mediante técnicas de «des-aprendizaje cognitivo».
A medida que la crisis existencial se expandía, las bolsas de valores colapsaron cuando se descubrió que los traders exitosos no debían su talento a la inteligencia analítica sino a la pura intuición inconsciente, lo que los volvía progresivamente transparentes. Los bancos implementaron préstamos por opacidad, donde la capacidad de endeudamiento dependía del nivel de realidad física del solicitante.
La educación exigía ser intervenida de inmediato. Las escuelas primarias se convirtieron en centros de entrenamiento cognitivo donde los niños aprendían no solo a pensar, sino a pensar de manera certificable. Los exámenes finales incluían pruebas de densidad ontológica supervisados por funcionarios del Ministerio de Existencia Pública. La filosofía se volvió materia obligatoria y potencialmente letal: los estudiantes que no lograban dominar el pensamiento abstracto se desvanecían durante las clases de Kant.
Los deportes desarrollaron nuevas modalidades. El fútbol existencial se jugaba con equipos cuya formación cambiaba todo el rato según la capacidad cognitiva de los jugadores. Los partidos se volvieron impredecibles cuando los jugadores desaparecían en medio de una jugada por distraerse pensando en bocadillos de bacon con queso.
Tuvieron que establecerse zonas de pensamiento obligatorio en lugares públicos y guarderías para adultos. Y fue inevitable que surgiera un mercado negro de «pensamientos prestados» donde se podía alquilar cogitaciones de filósofos profesionales para mantener la opacidad durante eventos sociales.
Desde la oficina de Céleste Descartes en la Sorbona, donde alternaba entre opacidad total y transparencia casi completa según sus estados de duda metódica, la filósofa escribió en sus memorias la frase que ha definido el mundo desde entonces:
La duda cartesiana es el mayor peligro para la salud pública que jamás haya existido.
Según el último censo del Ministerio de Existencia Pública, el 73% de la población mantiene una opacidad superior al 50%, el 12% oscila en niveles críticos de transparencia, y un 15% ha desarrollado la capacidad de controlar a voluntad su grado de realidad física. Los bebés siguen siendo los únicos ciudadanos con existencia garantizada al 100%.
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