El verdadero motivo por el que Sísifo empuja la piedra
- Marcos Jaén Sánchez
- 21 jun
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 4 jul

El día que los dioses le ofrecieron la libertad después del primer milenio, Sísifo pidió permiso para terminar de contar las grietas de su piedra.
Le propusieron exactamente 8.848 alternativas al castigo original: desde convertirse en constelación hasta administrar un casino en una isla del Egeo. Él las rechazó todas después de calcular con su minuciosidad habitual las variables de incertidumbre.
Lo que los dioses nunca comprendieron fue que Sísifo había transformado su condena en un experimento científico.
En su Catálogo de Variaciones Existenciales (Editorial Tártaro, sin fecha de publicación), él mismo documenta 47.293 versiones ligeramente distintas de cada descenso de la piedra. Como todo montañista metafísico comprenderá, la repetición exacta es matemáticamente imposible: el ángulo de caída varía en decimales infinitesimales, las sombras proyectadas nunca coinciden, y cada rodada inaugura un universo paralelo donde algo —una brizna de hierba, una molécula de polvo— ocupa una posición diferente. Los dioses, en su ingenuidad olímpica, condenaron a Sísifo a habitar una biblioteca de infinitas microvariaciones. Y eso era más de lo que podía soportar esa cabezota de tendencias obsesivo-compulsivas.
Contra toda lógica, según los cálculos de Sísifo, existe una versión perfecta del descenso de la piedra, una caída donde la física y la poesía se amalgaman para alcanzar cotas estéticas sublimes. Esa piedra rondando ladera abajo hasta lo sublime es lo que él busca sin descanso.
En el descenso perfecto, la piedra tiene que rodar cuesta abajo en un movimiento rectilíneo uniformemente acelerado (MRUA), tiene que tardar exactamente 7 minutos y 32 segundos en volver al punto inicial y ha de producir un sonido de 440 Hz al golpear la roca al final del camino. En un cosmos donde hasta las leyes físicas muestran caprichos cuánticos, Sísifo busca una manifestación perfecta, solo una.
La montaña, organizada según una progresión geométrica, contiene otras piedras parecidas a la suya. Cada una representa una elección humana fundamental:
la del éxito sin mérito,
la del fracaso glorioso,
la del perdón imposible,
la de la venganza inútil…
Cada una está esperando alguien que la empuje. Los turistas —filósofos, poetas, novelistas en crisis existencial— llegan de vez en cuando, empujan una piedra hasta la cima, y descubren con horror que algunas ruedan hacia arriba, otras se desintegran, unas pocas se transforman en mariposas. Solo la de Sísifo garantiza el resultado: rodará hacia abajo siguiendo las leyes de la física newtoniana, sin sorpresas metafísicas ni epifanías no solicitadas. El problema, según Sísifo, es que siempre lo hace de manera distinta.
Los psicólogos contemporáneos han acuñado el término «síndrome de Sísifo» para describir su caso único de felicidad por repetición voluntaria, aunque él rechaza las entrevistas alegando que «explicar la felicidad es la forma más segura de perderla, como saben todos los que alguna vez han sido interrogados sobre su amor».
Cuando la Asociación Internacional de Trabajadores del Absurdo le otorgó su premio a la trayectoria, Sísifo se negó a interrumpir su jornada de trabajo para ir a recogerlo.
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