Reunión de trabajo
- Marcos Jaén Sánchez
- 23 jun
- 8 Min. de lectura
Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo...
preguntándome por qué no me lo pudieron explicar por carta.
PseudoMateo

El jueves 14 de noviembre de 1977, Giuliana Traversi tenía veintiséis años, un doctorado recién estrenado en química aplicada a la restauración, y la certeza calabresa de que el mundo del arte necesitaba menos reverencia y más decisión. Subida a un andamio en Santa Maria delle Grazie, en el mismo lugar en que Leonardo se situó más de quinientos años antes para pintar en la pared, observaba el dedo índice del apóstol Tomás, al que acababa de retirarle las capas de tiempo, hollín, repintes torpes, barnices amarillentos. Giuliana Traversi estaba a punto de confirmar su intuición de la manera más contundente.
—No señala al cielo —murmuró en el dialecto de Cosenza que usaba cuando hablaba sola—. No señala a lo divino.
Una vez limpio el índice apostólico, se revelaba sin ninguna duda que señalaba la mesa, hacia lo que parecía ser un documento.
Ajustó la lámpara de luz rasante para ver mejor. Llevaba tres años restaurando el fresco, tres años desde que llegó a Milán, huyendo de un compromiso arreglado con el hijo del alcalde («tiene una ferretería próspera», insistía su madre) y de la tradición familiar de mujeres que sabían mucho pero hablaban poco. Su abuela, que leía el futuro en los posos del café, le había dicho: «Giulianella, tú vas a descubrir secretos que cambiarán cómo la gente ve las cosas. Y te vas a casar con un hombre que cuenta mal los chistes.»
La predicción estaba cumpliéndose esa noche. Esa noche, la pintura había comenzado a confesar.
Bajo la luz infrarroja, los panes se revelaban rectangulares, con esquinas demasiado perfectas. El vino mostraba una densidad inconsistente con cualquier bebida. Las manos no bendecían ni imploraban. Gesticulaban como su tío Peppe cuando explicaba que su pizzería no daba ganancias, con la desesperación de quien protesta por un presupuesto recortado. Y las caras —Dios santo, las caras—. Eran las de gente que finge atención mientras piensa en otra cosa, al tiempo que Jesús, en el centro, acepta que el proyecto se le va de las manos pero debe mantener la moral del equipo.
Llamó a Matteo Bernardini, su supervisor, a quien despertó de ese sueño profundo que solo alcanzan los burócratas del patrimonio cultural.
—Tienes que ver esto. Ahora.
—Giuliana, son las tres de la madrugada. ¿Se ha roto algo? ¿Se ha desprendido el temple?
—El temple está perfecto. Es lo que hay debajo.
Silencio. En el mundo de la restauración, «debajo del temple» puede significar una maravilla o una catástrofe, a veces ambas.
Cuarenta minutos después, Bernardini escalaba el andamio, aún con pijama bajo la bata de laboratorio. Su rostro pasó por todas las etapas del duelo académico mientras observaba los datos espectrográficos.
—Santa Madonna… —fue todo lo que repitió durante diez minutos.
—¿Llamamos al Vaticano?
Bernardini la miró por primera vez como algo más que «la calabresa revoltosa». Había algo magnético en su irreverencia.
—Llamamos a todo el mundo. Pero primero lo documentamos todo. Todo.
Lo que siguió fueron setenta y dos horas de análisis frenético. Cada centímetro cuadrado fue fotografiado, escaneado, analizado con todas las tecnologías disponibles y algunas improvisadas.
Los resultados convergían hacia una conclusión difícil de asumir: sobre la mesa de la última cena había carpetas, pergaminos, tablillas de cera, instrumentos de escritura. El cáliz era un tintero. El pan, documentos apilados con metodología obsesiva. Las expresiones de los apóstoles no correspondían a un shock espiritual sino a lo que cualquier oficinista contemporáneo identifica como «estrés por deadline imposible». Las posturas corporales, analizadas por expertos en comunicación no-verbal, revelaban dinámicas típicas de cualquier junta directiva: Pedro inclinándose agresivamente (defensa de presupuesto), Judas retrocediendo con la bolsa (tesorero acorralado), Juan tomando notas (secretario exhausto).
La Última Cena, la obra maestra de Leonardo, el ícono de la cristiandad occidental, era la primera reunión de trabajo documentada de la historia.
Esa fue su primera noche juntos. Bernardini descubrió que Giuliana hacía el mejor café del norte de Italia («secreto calabrés») y que su risa resonaba en el refectorio vacío como campanas de domingo. Giuliana descubrió que Matteo sabía contar chistes, solo que los contaba con timing de burócrata.
La noticia convulsionó el mundo del arte. Giuliana se convirtió, a sus veintiséis años, en la experta más buscada sobre La Primera Cena Corporativa, como empezaron a llamarla los medios. Conferencias en Harvard, simposios en Oxford, consultas en el Vaticano. Matteo esperaba su llegada en el aeropuerto de Milán con flores y chistes mal contados.
Un día, en medio de un chiste verdaderamente torpe, lo besó para callarlo. Se casaron en 1980, en una ceremonia donde el párroco, nervioso por la fama herética de la novia, pronunció una homilía defendiendo que la interpretación tradicional de la pintura permanecía válida.
—Que haya sido una reunión de trabajo no disminuye su carácter sagrado —sostuvo—. Al contrario: santifica todas las reuniones de trabajo posteriores. Aunque no las hace más eficientes.
La abuela de Giuliana, presente a sus noventa y un años, murmuró: «Te lo dije.»
En 1982, el paleógrafo Giuseppe Sangiovanni encontró un legajo olvidado en el archivo privado de Leonardo (MIT Library, Special Collections, ms. LdV-NYC-1519). Al parecer, el genio había utilizado para componer su obra un documento sin parangón: una copia de las Actas de la Primera Junta Directiva Cristiana,
Fue Giuliana quien recibió su primera llamada.
—Dottoressa Traversi-Bernardini — Sangiovanni hablaba con voz temblorosa—, necesito que venga a Boston inmediatamente.
Giuliana estaba embarazada de siete meses, con los pies hinchados y antojos de 'nduja calabresa que Milán no podía satisfacer. Pero tomó el primer vuelo disponible. Matteo la acompañó, cargando su maletín y murmurando sobre los riesgos del viaje.
Las Actas confirmaban que la cena de Jesús con los apóstoles tuvo una agenda específica:
1. Revisión del impacto de milagros Primer Trimestre (Juan)
2. Retorno de inversión de parábolas vs. acciones directas (Mateo)
3. Estrategia de entrada a Jerusalén (tema logístico)
4. Planificación Operación Pascua (todos)
5. Temas varios: Gestión de crisis post-crucifixión, Calendario de resurrección (¿domingo óptimo?), Derechos de autor sobre escrituras futuras.
Giuliana traducía el arameo corporativo mientras sentía patadas en su vientre.
—Este bebé será historiador —se dijo—. Ya está protestando por las fuentes primarias.
Lorenzo nació tres semanas después, durante un congreso en Florencia donde Giuliana defendía sus hallazgos ante un panel de cardenales escépticos. Tuvo que interrumpir su ponencia Judas: ¿traidor o tesorero incomprendido? para ir al hospital. Los cardenales, impresionados por su dedicación, aprobaron sus conclusiones mientras ella daba a luz.
Aquellos años fueron un torbellino. Giuliana viajaba con Lorenzo en brazos, amamantándolo entre conferencias, cambiándole pañales en sacristías venerables. Su segunda hija, Elena, nació en 1984 durante la restauración de un fresco en Asís que mostraba a San Francisco en lo que parecía ser una reunión de evaluación de desempeño con los pájaros.
—Mamá encontraba reuniones de trabajo en todas partes —diría Elena años después, ya doctora en Semiótica Visual—. Crecer con ella fue entender que toda reunión es sagrada para quien la convoca, profana para quien la sufre, y eterna para quien toma actas.
En 1999, el siguiente gran hallazgo llegó de la mano del Instituto Centrale per il Restauro. Bajo siete capas de pintura, unas anotaciones marginales de Leonardo, ocultas durante cinco siglos, confirmaban que los apóstoles no estaban distribuidos en la mesa por afinidad espiritual sino en comités de trabajo:
· Comité de Milagros (Pedro, Santiago el Mayor, Andrés),
· Comité de Parábolas (Mateo, Lucas según los textos apócrifos, Felipe),
· Comité de Logística (Bartolomé, Santiago el Menor, Simón)
· Comité de Crisis (Tomás, Tadeo, Juan).
Judas Iscariote actuaba como Director de Finanzas, posición que explicaría tanto su acceso a los fondos comunes como su posterior negociación con las autoridades.
Giuliana, ahora directora del Laboratorio de Análisis Pictórico de la Pinacoteca de Brera, lloró al ver las pruebas. Veintitrés años, le dijo a Matteo, veintitrés años desde aquella primera noche y finalmente Leonardo les hablaba en su puño y letra.
Sus hijos crecieron entre espectrómetros y manuscritos. Lorenzo se especializó en paleografía digital; Elena en semiótica de gestos renacentistas. Las cenas en casa de los Traversi-Bernardini eran debates sobre pigmentos en el antipasto, teorías sobre la composición áurea con el secondo piatto, revelaciones académicas con el dolce.
—Somos la única familia donde «pasar la sal» requiere un mínimo de tres referencias bibliográficas —bromeaba Matteo, cada vez más fino. Su pelo había pasado del castaño al gris mientras esperaba que Giuliana volviera de sus viajes.
En 2019, para el 42° aniversario del descubrimiento, el Ministerio de Cultura organizó una retrospectiva. Giuliana, ahora con sesenta y ocho años, el pelo blanco recogido en un moño, dio la conferencia magistral. En la audiencia: tres generaciones de restauradores que ella había formado, dos hijos doctores, cinco nietos que jugaban a «encontrar reuniones de trabajo» en cualquier pintura, y Matteo, que había aprendido a hacer el café a la calabresa casi tan bien como ella.
Ese día, Lorenzo presentó un hallazgo espectacular, la culminación del trabajo de toda una vida, la vida de su madre. No podía hacerle mejor regalo. Giuliana atendió a la exposición a punto de reventar de orgullo, para qué vamos a engañarnos. Y no era para menos. Con las últimas técnicas digitales en paleografía había, su hijo había analizado las Actas y descubierto notas originales del apóstol Juan:
19:32 — Se indica que el presupuesto no alcanza para tres días de sepulcro. J. sugiere que dos días bastan: el domingo abrimos nueva etapa.
19:47 — Se discute el problema de las apariciones post-resurrección. Dudas: ¿Cuántas? ¿A quiénes? ¿En qué orden? J. sugiere que se vea en la próxima junta.
20:04 — Cláusulas problemáticas en el contrato con los romanos. No se ha contratado abogado porque el presupuesto no incluía legales. Problema: es requisito procesal romano que alguien denuncie al crucificado.
20:32 - Se discute largamente metodología de delación a las autoridades. Opciones: sorteo, votación, voluntario. J.I. sugiere método antiguo: beso. Aprobado por agotamiento.
En la página final, una nota al margen en letra diminuta:
Próxima reunión: domingo de resurrección, 6 AM (confirmar con Magdalena disponibilidad de sala). Agenda: lecciones aprendidas, nuevos objetivos milenio, refrigerio. Favor confirmar asistencia.
PD: Esta vez SÍ será breve.
La restauración más reciente, dirigida por Elena Traversi-Kowalski (casada con un semiótico polaco que sí sabía contar chistes), reveló el último secreto: la composición áurea de Leonardo no buscaba belleza estética sino eficiencia comunicacional: cada apóstol estaba a la distancia exacta para murmurar con su vecino sin que el jefe escuchara. Elena logró demostrar que Da Vinci captó ese punto crítico donde todos quieren irse de la reunión pero nadie puede porque faltan chorrocientos puntos por aprobar. Las pinceladas con que ilustra los rostros desnudan el alma de cada apóstol en ese momento exacto: se preguntan si esta es la cena de despedida de una startup que fracasa.
Hoy en día, las audioguías de la visita al mural ofrecen dos versiones: Experiencia Mística y Caso de Estudio MBA: Gestión de Crisis en el Cristianismo Primitivo. Los visitantes corporativos reconocen inmediatamente la escena. Algunos lloran, si bien menos por devoción religiosa que por memoria traumática. Entretanto, el debate continúa. Los tradicionalistas insisten en la interpretación mística. Los reformadores abrazan la lectura corporativa. Los posmodernos sugieren que ambas son correctas: cada reunión de trabajo es un ritual místico donde se sacrifica tiempo en el altar de la productividad.
A sus setenta y tres años, Giuliana sigue subiendo a los andamios, aunque ahora sus estudiantes insisten en sostenerla. Sigue haciendo el mejor café al norte de Calabria, sigue riendo como campanas de domingo. Los fines de semana, cuando los Traversi-Bernardini se reúnen para el almuerzo, inevitablemente alguien bromea sobre la reunión con comida. Ella observa la escena —hijos debatiendo, nietos dibujando en servilletas, Matteo intentando perfeccionando algún chiste—.
Su nieta más pequeña, Andrea, de siete años, le pregunta:
—Nonna, ¿por qué te gusta tanto esa pintura vieja?
Y ella se encoge de hombros como si no tuviera ni idea. Entonces piensa que dos mil años después, seguimos esperando una reunión de trabajo que sea de verdad eficiente. Este es, quizás, el mayor acto de fe de la humanidad.
Del archivo privado de Leonardo:
Hoy he terminado la pintura de la reunión de trabajo con cena (la peor clase). Los frailes se quejan de que he tardado demasiado. No entienden que no pinto una escena, sino que pinto todas las reuniones por venir.
He pintado lo que he leído en las Actas: doce hombres cansados intentan cambiar el mundo desde una mesa. Que lo logren es el verdadero milagro. Que necesiten una reunión para hacerlo es la verdadera tragedia.
Jesús lo sabía. Por eso no convocó una segunda.
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