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La Gioconda sonríe porque sabe algo que nosotros no

  • Foto del escritor: Marcos Jaén Sánchez
    Marcos Jaén Sánchez
  • 25 jun
  • 2 Min. de lectura


Cuando la Gioconda decidió hablar al fin, lo único que dijo fue:

—Leonardo tenía razón sobre ustedes. Todo está saliendo exactamente como él predijo.

Y volvió a sonreír de esa manera que ahora sabíamos significaba lástima.

El descubrimiento ocurrió durante la restauración de 2029, cuando los técnicos del Louvre detectaron micro-vibraciones en los labios del retrato. Pierre Menard, especialista en Criptoacústica Renacentista, aplicó su «teorema de resonancia pictórica» y descifró que el óleo vibraba siguiendo patrones del código da Vinci —el verdadero, documentado en los Archivos Proféticos Vincinianos (Biblioteca Secreta Vaticana, Índice Prohibido, Sección Ω).

Leonardo, según revelan los trece códices encontrados en una cámara sellada bajo Santa Maria delle Grazie, había perfeccionado un sistema de «ornitomancia matemática»: el análisis algebraico del vuelo de pájaros para calcular trayectorias históricas. Cada aleteo correspondía a una variable en ecuaciones que predecían eventos hasta el año 3847. La precisión resultó escalofriante: predijo la fecha exacta de invención del telégrafo, las coordenadas del primer alunizaje, incluso el número de visualizaciones del primer video viral de un gato.

Las predicciones se organizan en siete categorías que forman una espiral logarítmica perfecta: inventos (precisión del 97.3%), guerras (89.2%), descubrimientos (94.7%), catástrofes (99.1%), revoluciones (76.5%), arte (100%), y evolución humana (margen de error de ±3 días). La categoría artística alcanza precisión absoluta porque, según los nuevos expertos, Leonardo no predecía el arte, lo programaba.

El dilema del Louvre adquirió proporciones metafísicas. El director Jean-Baptiste Berger enfrentaba la paradoja de Casandra, pero al revés: tenían en su poder una profetisa que todos creerían. Sus predicciones podían causar pánico mundial.

Los protocolos sugerían tres opciones:

1) Transferir el cuadro a una bóveda temporal hasta después del año 3847;

2) Pixelar digitalmente la sonrisa para evitar más revelaciones;

3) Crear un museo paralelo donde las predicciones se revelasen gradualmente mediante suscripción premium.

Los visitantes desarrollaron nuevos rituales. Algunos llegaban con los ojos vendados, para admirar el arte sin conocer el destino. Otros traían cuadernos para descifrar en los pliegues del vestido las fechas de sus propias muertes. Los más optimistas buscaban en el sfumato evidencia de que Leonardo también había pintado soluciones.

La sonrisa, mientras tanto, se había vuelto 0,3 milímetros más amplia desde el descubrimiento —cambio documentado por dos mil sensores instalados para monitorear futuras revelaciones. Los semiólogos debaten si indica diversión, lástima, o simplemente aburrimiento por tener que esperar cinco siglos para decir «ya lo sabía yo».

En el registro de visitantes, alguien escribió con letra temblorosa:

Vine a ver arte. Me fui sabiendo con precisión cuándo dejaré de existir. Su sonrisa ahora me parece menos misteriosa y más misericordiosa: al menos ella debe vivir con ese conocimiento para siempre.

 
 
 

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